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  • Foto del escritorManuel Alfonso Navarrete Salazar

Sobre el hurto de libros

Actualizado: 28 ago 2021

"Bibliocleptomanía" es el término empleado para nombrar ese imperioso deseo que se apodera de aquellas personas que sienten la necesidad de hacerse con un libro por medio del robo. Un impulso que el escritor chileno Roberto Bolaño veía, incluso, como algo positivo y justificable, llegando a decir lo siguiente: “Yo creo que es algo que todos los jóvenes hacen y me parece, además, buenísimo que lo hagan. Robar libros no es un delito.” El prolífico autor de obras como Llamadas telefónicas, Nocturno de Chile y Estrella distante confesó que en su adolescencia, debido a la escasez de dinero, no tenía más remedio que sustraer libros de las tiendas, para así satisfacer esa insaciable sed de lectura que llegó a convertirlo en el hombre instruido que fue. Para justificar aquel delito de índole libresca sostuvo: “Yo veía cómo mis amigos robaban libros y sus bibliotecas iban creciendo, menos la mía. Entonces me decidí a entrar en el gremio de los ladrones”. No es casual, entonces, que en su voluminosa novela Los detectives salvajes considerada por muchos la mejor de su producción incluyera al personaje de García Madero, un joven que, cautivado por el influjo de los "real visceralistas", haría del hurto de libros una de sus aficiones principales.

Es famoso también el caso del dramaturgo británico Joe Orton, quien, junto con su amante Kenneth Halliwell quien habría de convertirse en su asesino , tenía por costumbre robar libros de la biblioteca local para luego devolverlos con portadas distintas, debido a que lo único que le interesaba era quedarse con las portadas originales para utilizarlas como elementos decorativos de su departamento. Por ese delito, llegó a ser recluido en la prisión por espacio de seis meses. Lo curioso del caso es que esos libros cuyas portadas Orton alteró han llegado a convertirse en los más valiosos de la colección de dicha biblioteca.

Lo cierto es que, sin importar las razones a las cuales obedezca, el deseo de hacernos con un libro sin tener que costearlo ha rondado alguna vez por la cabeza de todo buen amante de los libros, más allá de poder contar o no con los recursos para poder pagarlo. En mi caso, aún mantengo los dos únicos libros que sustraje en mi vida cuando era un adolescente y carecía del tino suficiente como para dar cuenta de que incurría realmente en un acto inmoral. Cada vez que los veo y los sostengo en mis manos no puedo evitar sentir una cierta dosis de pudor y de arrepentimiento, aun a pesar del tiempo transcurrido. Es curioso pensar, asimismo, en que la lectura de esos libros terminaron aportando, como otros, a la forja de aquellos principios que hoy mantengo y que jamás permitirían que volviera a apropiarme de algo que no me pertenece (por más vital y necesario que ello fuera para mí).



No obstante, debo confesar que la única razón por la cual no dudaría en apropiarme de un libro ajeno sería ver que dicho libro no merece estar en manos de su dueño. De este modo, si alguna vez me invitas a tu casa y veo a un Faulkner o a un Borges seriamente maltratado, ten la seguridad de que no dudaría en cogerlo y llevármelo conmigo, sin ningún miramiento de por medio. En situaciones como esas, no puedo más que convertirme en una personificación de Montag, el protagonista de Farenheit 451 la novela de Ray Bradbury —, quien a pesar del peligro que se cernía sobre él, no dudaba en tomar algún libro y guardarlo en el bolsillo al ver que este se encontraba condenado a quedar reducido a las cenizas.

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